miércoles, 21 de abril de 2010

Carta

Carta

Ahora que ha acabado de escribirla piensa que tal vez no vale la pena enviarla, que si hasta ahora han sido sólo amigos las cosas pueden seguir igual como estaban; pero no cree poder aguantar la sensación de debilidad que le provoca no poder comunicarle de algún modo lo que tanto quiere decirle, sólo por cobardía. Como diría su padre, es un hombre, tiene que afrontar la situación y conseguir hacérselo saber.

Unas horas más tarde, sigue sin decidirse, ya casi es medianoche y él sigue dándole vueltas, puede que no consiga dormir nada hoy. Tres minutos para que lleguen las doce y él empieza a plantearse si lo que siente es lo que ha expresado en su carta o si solo es una impresión causada por los años de amistad compartida.

Se acerca la una de la madrugada y decide releer el contenido de la carta para comprobar si los efectos que ella le provoca y que ha descrito siguen siendo los mismos o si fue tan solo una impresión del momento por haber mirado demasiadas películas románticas con su hermana. Lo que antes ha escrito ya no le convence y decide rescribir la carta de nuevo (ha desechado ya cuatro de las otras escritas antes que esta), plasmar en el papel cómo se siente es este momento.

Pero su bolígrafo no llega a tocar el papel… Sabe que puede que algo vaya mal si escribe lo que acaba de pasar por su cabeza. Pensando en lo que verdaderamente quiere decirle, sin ser consciente de ello, su mano se mueve y llena el papel en blanco del nombre de la chica que lo tiene cautivado.

En ver que no hay manera de escribir alguna cosa significativa pero que no lo exponga mucho, se levanta del escritorio y se tumba en la cama, pensando que tal vez cambiando de ambiente se le aireen las ideas y una genialidad golpee sus neuronas.

Da vueltas y vueltas en la cama pero nada se le ocurre, su imaginación empieza a jugarle malas pasadas haciéndole imaginar situaciones en las que él sale perdiendo, frases como: “Lo siento, ahora mismo hay otra persona que me gusta…” o bien del estilo de: “No puedo creerlo… ¿por qué tuviste que decirlo justo ahora? Si me lo hubieras contado hace un mes te habría dicho que sí, pero me cansé de esperarte y ahora tengo novio… ¡Lo siento!”. No puede evitar recriminar mentalmente a su fantasía diciéndole: “¡Mentira! Eso no va a pasar… ¿verdad? ¿Por qué justo ahora he tenido que empezar a pensar en esto…?”

Rápidamente se incorpora como si hubiera tenido una pesadilla y, cuando en su mente se compara con el modelo de chico que cree que le gusta a ella, piensa que no tiene nada que hacer.

No quiere pensar más en ello e intenta dormir, con la música que llega a sus auriculares al máximo volumen, escuchando una canción que habla de alguien en una situación muy parecida a la suya.

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Ya ha llegado el mediodía siguiente, por suerte, hoy es sábado y no tiene que ir al instituto, porque está cansadísimo, anoche se durmió, finalmente, cuando ya eran las cuatro de la madrugada.

Ahora está parado ante el buzón de delante del ayuntamiento sin decidirse a mover un músculo. Vuelve a preguntarse si debería enviarle la carta o, simplemente, dejar las cosas como están. Desearía tener una máquina del tiempo para poder descubrir cuál va a ser la respuesta de ella, será un sí o, tal vez, un no… las dos respuestas se mezclan en su cabeza y, no sabe cómo, se convierten en un apasionado: “Quiero ser su novio”. Coge la determinación de hacerle llegar sus sentimientos y mete la carta en la boca del buzón para, sin pensárselo dos veces, no sea que cambie de opinión, la suelta.

Después de dejarla ya no se siente tan valiente y vuelve a cuestionarse sus acciones. Los mismos pensamientos, frases y escenas de la noche anterior secuestran su mente sin la menor intención de soltar a su rehén. Se dice a sí mismo que no debe escuchar a su imaginación, puede que hubiera sido mejor no enviarla, pero ahora ya está hecho y no va a suplicar al cartero que, por cierto, está pasando por su lado, que le abra el buzón para recuperar la carta.

Aún más que antes desearía tener la capacidad de ver el futuro para poder saber la respuesta de la chica a quién va dirigida la carta.

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Han pasado tres días desde que su mano le traicionó y soltó la carta dentro del buzón. No ha recibido ninguna contestación, le extraña que su amiga, con lo directa que es no le haya dado ya su opinión sobre el tema, su tan ansiada respuesta, así que, hoy, en su camino de vuelta a casa, el que comparten cada día, va a preguntarle si ha recibido una carta suya últimamente. No se sorprende mucho en recibir un: “No… ¿por qué lo preguntas?” a lo que respondo con un “No te preocupes, no es nada” bajito, concentrado otra vez en sus pensamientos catastróficos. Puede que los de correos hayan perdido la carta, ¿por qué demonios se preocupa tanto por ella?, sería mejor así, ¿no?; eso aliviaría sus preocupaciones, ya que, sin carta, no hay pruebas de lo que él siente y, sin pruebas, puede seguir fingiendo que sus sentimientos hacia su mejor amiga son sólo amistad.

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Hay algo que ha estado intrigándola todo el camino, algo que su amigo le ha dicho antes, pero el misterio se desvela cuando llega a casa y su madre le informa de que ha recibido una carta. Se apresura a llegar a la cocina, que es desde donde ella le ha dado la noticia. Sin prestar atención a lo que su madre le está contando en el momento, coge la carta de encima de la mesa y la lee rápidamente, pero sin saltar se una coma. La bolsa en la que lleva los libros del colegio cae al suelo al mismo tiempo que ella sale corriendo de la casa, hacia la de su amigo, dos calles a la derecha, con la carta bien agarrada en la mano izquierda.

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Su paso se ha reducido notablemente desde que se separó de ella en el cruce de caminos, de manera que aún no ha entrado en su casa cuando escucha a un grito:

-¡Junta!

Se gira de manera inmediata al oír su nombre; ¿es esta la voz de su amiga?, no puede ser… Aún así, en cuanto se gira la ve, con un papel arrugado en la mano y entiende la prisa de ella, la ha leído, no puede hacer más que quedarse quieto y esperar la contestación de ella.

Mientras oye sus pasos acercándose, espera e imagina cualquier tipo de respuesta, un no rotundo, un sí con la voz ahogada o puede que hasta un golpe en la cara por decir tonterías, cualquier tipo de respuesta menos la que le llega.

Totalmente sorprendido recibe uno abrazo de ella, y, pasado es susto, se alegra, porque sabe que esta respuesta es un sí enorme, un sí que ha puesto su vida del revés al hacerse esperar tanto tiempo y llevarle de cabeza durante muchas horas.